El mar de Conil es ciertamente impetuoso y monumental visto desde cualquiera de los ángulos posibles de ese promontorio cercano a la costa. Por la noche, el sonido de las olas te empequeñece y te devuelve a tu verdadera dimensión frente a la naturaleza solemne y grande.
A veces, al pasear por la playa y fijar la vista en las casas blancas a lo lejos, la mirada se queda atrapada en un espacio intermedio. Y digo atrapada porque a pesar de su cercanía al entorno urbano, sorprende su naturaleza pura y su desorden vegetal propio de marisma. No hay manera en varios minutos de apartar tu atención de este espacio intermedio.
En días luminosos, se esconden allí colores intensos que contrastan con el blanco de las dunas y de las casas a lo lejos. En los nublados, se tornan ocres y verdes intensos de juncos y pitas que inmóviles emergen orgullosos, frente al movimiento sinuoso como oleaje de los cañaverales. El viento que sopla a veces con fuerza no hace sino añadir un toque de espectacularidad al entorno.
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